Febrero 11

Escrito el 8 de Febrero.


Los caramelos surtidos son geniales para cuando, como hoy, el calor arrecia, la humedad aumenta y la sensación térmica en Buenos Aires trepa con facilidad por sobre los treinta y ocho grados.
No tengo posibilidad alguna de concentrarme y escribir un relato que resulte coherente, pero es posible que con episodios sueltos, escritos sin pretensiones y pensando con los dedos en el teclado, pueda expresar mi ser y estar del momento.
Supongo que para otros la situación ameritaría un buen helado, un vaso de agua fría o de cualquier otro líquido. Pero es así, lo que viene bien para algunos, no satisface a otros.

Ácido, de limón.
Ingresé en el ascensor en el piso 12. Apreté el botón del tercer piso para llegar hasta mi departamento. Se cortó la luz casi inmediatamente. Me sorprendí tanto que en un primer momento no entendí lo que pasaba. Al instante toqué los bolsillos de mi short para constatar que tenía el celular. ¡Bendito sea! No sólo estaba en mi poder, si no que tenía carga suficiente para aguantar un tiempo. Iluminé la pantalla con la sensación de que sería bueno «ahorrar» batería, por si acaso tardaran en sacarme. Luego comencé a golpear la puerta de la caja de metal brilloso en la que estaba encerrado, mientras gritaba desaforadamente. Pasado unos minutos una voz femenina comenzó a pedir que me tranquilizara, con voz calma se presentó y me pidió mi nombre.
Esa actitud de la vecina hizo que mi ansiedad, que ya estaba trepada al techo, bajara para volver a entrar en mi cuerpo.
Comenzaron a llegar mensajes de los vecinos al chat del consorcio. Avisé por ese intermedio que el ascensor se había detenido «entre». ¿Por qué será que los ascensores -en esas forzadas circunstancias- nunca se detienen justo en el hueco de alguna puerta?. Me avisaron: estás entre los pisos 8 y 7. Reconocí la voz de Norma, de Dora, de Juan Carlos, que simultáneamente hablaban, se daban indicaciones contradictorias entre si, se pasaban confusa y apresuradamente, información sobre la portera, sobre lo que había que hacer, sobre experiencias anteriores.
La portera acercó una llave y se abrió la puerta exterior del piso 8. Una tenue luz se filtró y rompió la oscuridad. Ver esa hendija fue maravilloso así como tener la sensación de que no me iba a quedar sin aire.
Con mas maña que sabiduría, los vecinos abrieron las puertas interiores de la caja metálica en la que fui atrapado. Estaba en el medio de los dos pisos y la abertura de la puerta del octavo a una altura considerable pero consideré posible que el esfuerzo para saltar sea exitoso. . Pregunté: – ¿Muchachos, no volverá la luz en este preciso momento, no? La verdad es que quiero a mi parte de abajo, tanto como la de arriba!
Varias voces me aseguraron que era imposible mientras otras tantas manos se tendían para que pegara el salto. Nada es imposible, me dije a mi mismo, mientras me aferraba a las manos que solidarias me tendían los vecinos.
Listo. Afuera.
Suspiré aliviado. Dora, mi amiga del séptimo, me fue llevando a su departamento que quedaba a pocos pasos. Su esposo llegaba del primero, agitado por el esfuerzo de subir tantos pisos. Él me fue a buscar abajo.
Me dieron agua fresca, charlamos. Me mimaron. Fin del episodio. Un sentimiento de agradecimiento y cuidado me acompañó hasta el regreso de la electricidad, unas cinco horas después.

El vicio.
Los argentinos estamos acostumbrados a las plagas. Las hay naturales, sociales, históricas. Tenemos de todo. Desde hace años que se corta la energía eléctrica en verano cuando el exceso de calor nos empuja a prender el aire acondicionado. No a todos por igual, Los que tienen como proveedor a Edesur, sufren cortes más frecuentes que los de Edenor. Ahondar en razones no es muy productivo y no hacerlo tampoco parece fructífero. O sea nadames en las preguntas sin respuesta.

Otra plaga del momento es el precio de cualquier producto o servicio. Los que saben dicen «que en el mercado no hay precio». Lo que quiero decir es que no se sabe a ciencia cierta el valor promedio, esperable y consecuentemente con cuánto dinero contar para ir a comprar al super, al verdulero o para sentarse a tomar un café. Una pequeña compra puede provocar una sorpresa mayúscula. Escribo desde un lugar privilegiado, a mi me causa ajuste pero no carencia. Los que dejan de comprar alimentos esenciales son muchos y sólo calculan que pueden comer.

Hoy por hoy otra plaga nos afecta: Viajar en colectivo, tren, subte. Se anuncia una «actualización» de precios, se publica el valor del boleto mínimo. Dado que en Buenos Aires, se paga con tarjeta sucede que el dinero que se tenía previsto para tres viajes, puede ser que, con suerte, alcance para uno. Esto obliga a cargar con frecuencia la «Sube», estar atento es esencial. Para complicar un poco la cosa, lo sencillo se transforma en enrevesado, engorroso. Las bocas de carga de la tarjeta están abarrotadas. Además la gente debe hacer cola también para registrarla a su nombre.
Finalmente si toooodo está en orden, estaremos listos para viajar. Resultado de lo cual, en este momento, subir a un colectivo, tren o subte provoca malestar, incertidumbre. ¡No es cuestión de levantar la mano para que el colectivo se detenga y ya!

Estoy leyendo que el calor extremo, está arruinando lotes enteros de maíz. Tener una cosecha super a mí en lo particular me beneficiaría. No sé nada de campo, de siembras y cosechas; apenas puedo distinguir una plantación de maíz de otra de trigo. Pero vivo en un país, que depende, en este momento, de una buena cosecha. Eso calmaría los nervios de mucha gente: dinero en las cuentas fiscales, dinero en bolsillo de agricultores, promesa de trabajo para toda la cadena derivada del campo: transportar, almacenar, procesar, embarcar. Mucho y poco son terminos relativos. El dicho ¡con una cosecha nos salvamos! lo recuerdo desde mi infancia. Pero finalmente alivia, pero no soluciona.


Un caramelo que no pude comer.
Hace poco imaginé un argumento aparentemente sencillo. No obstante me fue imposible llevarlo al papel y transformarlo en un cuento corto. Dí vueltas, intenté de una manera y de otra; imaginé escenas, orígenes y finales. Pero no pude. Quedará aleteando, agitándose, colgado de un par de broches.
La idea central podría expresarse más o menos así. Desde mi punto de vista muy particular la máxima «no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a tí» es una exhortación que no tiene demasiado éxito. Pese a las advertencias, ruegos e invitaciónes de diferentes religiones, pensadores y filósofos de distintas épocas y orientaciones, los humanos nos seguimos matando, ignorándonos, justificando el daño mediante frases altruístas que aluden a la patria, los ancestros o la revolución o por motivos mínimos y muchas veces irracionales: como «no me has devuelto esa herramienta que te presté» o similares. No hay quién nos detenga.
Dado que eso no funciona, me pregunté qué cosa podría obturar esta frecuencia de guerras declaradas o encubiertas, la indiferencia por el hambre de millones, las tragedias de campos de refugiados, el rencor y la venganza personal.
Imaginé que se podría lograr una transformación genética para obtener el siguiente resultado: el ser humano que cometa un daño, de cualquier naturaleza, contra otro hombre, sufriria en su cuerpo los mismos padecimientos que el semejante que fue atacado. Si es un cuchillo el que penetra en la carne de la víctima, el causante sentirá el filo y el desgarro de músculos y órganos. Si una bomba mata a un hombre, a un pueblo, a una localidad, el atacante sentirá, padecerá, el mismo daño hasta alcanzar su propia muerte; si fuera que a mi vecino le provoqué un daño material o mental, debería sufrir corporalmente algo similar.
Hacer corporalidad lo que según San Mateo (capítulo 26, versículos 51-52). dijo Jesus: Guardemos las espadas, porque el que a hierro mata, a hierro muere.
Lo que no puede la mente, las palabras, los deseos, tal vez lo logre el cuerpo.

Esta idea ronda hace semanas. Pero cuando intento escribir un cuento donde esto toma vida, el escenario se oscurece, los dedos languidecen sobre el teclado. Tal vez lo inimaginable serían las consecuencias; tal vez tengo asociaciones de ideas tan arraigadas en mi, que no concibo otra realidad. Tal vez me sorprenda que el personaje posible, de existir, se convertiría en un dictador que determina que su fórmula, procedimiento o lo que fuere para transformar genéticamente la humanidad, es la correcta y lo determine por sí.
No lo sé.
No lo sé. Dejaré esto en remojo.


Febrero 11. Día de la publicación.
Al releer me doy cuenta que lo que hago es transformar el blog en un libro de quejas inútiles. Así que puedo agregar aquí otra. En el día de hoy, domingo 11 de Febrero y siendo las 11 de la mañana, ya tenemos una temperatura de 31 y en aumento; ayer nuevamente se cortó la energía eléctrica y esto por que voló por los aires una sub estación, no estoy usando el ascensor por miedo a quedarme encerrado, voy a comprar al super pero muy poco, pues no sé cuando tendré electricidad o no.
Y no sé porqué no me dejo de quejar. Esto último lo escribí para quejarme de mis propias quejas.

Acerca de Jorge Apel

Me gusta compartir, temo el ridículo. Perfección es mi peor enemigo y Curiosidad mi mejor aliado C.V. Licenciado en Psicología y Magister en Didáctica egresado en la U.B.A. Fue director fundador de la Escuela Jean Piaget (a-612); asesoró a la Dirección Pedagógica de la Universidad Virtual de Quilmes; coordinó el Blog "Madre, Padre, Tutor y encargado" en el diario Clarín, participó del plan piloto para dotar una computadora por alumno en las escuelas primarias de la Ciudad de Buenos Aires; Dicta seminarios sobre nuevas tecnologías en la UNER; es autor de cursos a distancia en el Citep del Rectorado de la UBA; Asesor pedagógico de la Fundación Torneos para la Educación. Autor de "Evaluar e informar" (Editorial Aique) y junto a otros colegas "Las pruebas en el aula: aprendizaje y evaluación" (Editorial Aique) y "Organizar y conducir la escuela" (Editorial Paidós); "¿Cómo serán?: El futuro de la escuela y las nuevas tecnologías" (Editorial Prometeo). "La Piaget Disidente"; 2022; Editorial Imaginante; (https://www.editorialimaginante.com/producto/ebook-la-piaget-disidente-escuela-para-armar-jorge-apel-y-colaboradoras/) (https://www.amazon.es/gp/product/B0B6CV5Y41/ref=as_li_tl?ie=UTF8&creativeASIN=B0B6CV5Y41&linkCode=as2) Autor,
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